miércoles, 28 de abril de 2010

El deber del trabajo bien hecho

Mira que me gusta a mi hacer noticias de este tipo...

Día internacional de la danza por toda España

Y ya no puedo más

No os ha pasado alguna vez eso de decir, diooooooos, lo necesito, lo quiero, lo necesito ya ya ya. No, no estoy hablando de una bolsa de doritos, que también, ni de algo tipo no, por dios, el alcohol, el tabaco o las drogas. (para mi fortuna nunca he tenido ningun problema con ninguna de las tres) Si no de algo que hace que te suba la sangre a la cabeza y al mismo tiempo es delicioso e insoportable y tienes que pararte y pensar y decir, venga va, puedo puedo puedo. Y al mismo tiempo, no no no no no. Y al mismo tiempo, no no no no no quiero dejar de necesitarlo.
Hoy me ha pasado eso. Tal vez era el cansancio acumulado de los dos días que llevo que son para reventar o del hambre que tengo de esta maldita dieta. Me he tenido que acordar detenidamente si había sido yo, porque hasta lo he dudado, y en qué circunstancias había escrito, en una esquina de mi libreta, tal vez esperando a que empezara una de las cuatro ruedas de prensa que llevo a mis espaldas y no estamos ni a miércoles: "Lo necesito". (lo que no se me ha olvidado, es lo que necesito)

domingo, 25 de abril de 2010

Querer y ser

Mi película favorita, Rebeca, de Hitckcock, contiene una frase para mi, memorable. Joan Fontaine, la prota, una chica que vale mucho pero que se cree muy poca cosa, la menciona cuando va en el coche con el flamante y mucha cosa, al menos para ella, Lawrence Olivier: "Me gustaría poder meter los recuerdos en un tarro de cristal, como el perfume, para poder abrirlos cuando yo quisiera y que no hubieran perdido su esencia" (algo así dice, tampoco es literal).
A mi me pasa lo mismo y supongo que a mucha gente también. Los recuerdos son como el perfume cuando se desparrama; cuando pasa el tiempo, se evaporan. Si el recuerdo es intenso, como un buen perfume, algo queda aunque pase el tiempo. Pero lo más normal es que al pasar de los días quede tan solo alguna nota de olor si nos acercamos bien, pero poco más.
Quiero aprisionar un recuerdo. Y ya que no puedo meterlo en un frasco de perfume, lo más tonto que se me ha ocurrido es no pensar en ello para que no se desgaste. Lo guardo como un tesoro, y solo abro ese frasco de perfume hipotético cuando sé que voy a poder saborearlo. Esto es, cuando voy en el autobús, o antes de dormirme. Pero la mente es caprichosa y ese recuerdo me asalta de la forma más inesperada y me inunda y me descoloca. Y me gusta. Pero más que el recuerdo en sí lo que más me gusta es rememorar la sensación que ese recuerdo me remite.
No sé si, como siempre, me estoy haciendo un lío. Supongo que sí. Pero lo único que sé es que quiero recordarlo todo. Quiero recordar el olor, el sabor, los movimientos de mis manos, de sus manos, sus palabras, las mías, la sensación de sentirme feliz durante dos horas, la calle, el buen tiempo, la antesala de lo que puede ser o no puede ser. Como una tonta quiero recoger todo ese perfume desparramado cuando sé que es como intentar coger todas y cada una de las plumas de una almohada que se han desparramado por el aire al abrir una ventana. Y me doy cuenta, al fin y al cabo, que querer y ser no es lo mismo. Y me pregunto por qué.

miércoles, 21 de abril de 2010

Fuerza de voluntad

Yo no tengo fuerza de voluntad. Lo que tengo, y por eso doy el pego, es fuerza para luchar contra el caos. Me gusta el orden y por tanto, lucho para que no me invada el más absoluto de los cataclismos. Pero cuando todo mi mundo está en orden, para lo demás, no tengo ni un pelo de fuerza de voluntad.

Cuando estudiaba, iba al conservatorio y cuidaba a tres niñas en las chimbambas del mundo, me proponía firmemente llegar a todo sin desfallecer porque no me gustaba el desorden en mi vida. Me proponía todos los días aprobar piano, no saltarme ni una clase (me daba auténtico pavor saltarme oh dios, algún examen, aun hoy sueño con ello) y les preparaba unas cenas a las niñas a las que cuidaba que no se las saltaba un gitano. Y llegaba, vamos que si llegaba, y mi cuerpo estaba más que entrenado. Prueba de ello es que sin actividad, me muero, directamente. Mi mente y mi cuerpo están preparados y entrenados para la acción continua. Por eso mis amigas me dicen que no paro. No, no es que no pare, es que no puedo parar.

Ahora bien, cuando hay algo por ahí que me supone un esfuerzo extra y no forma parte de mi complot para aniquilar el caos que puede invadirme en un momento dado, paso directamente. Esto incluye el gimnasio, la dieta, el gastar dinero... Siempre he creído que veré las orejas al lobo cuando pese 200 kilos y tenga 20 euros en la cuenta pero no. Esta semana me he propuesto luchar contra eso también. Y al proponerlo me he preguntado por qué me cuesta luchar contra esos dos males. Fácil. Porque solo adelgacé cuando me dejo mi ex, y por eso, porque no veo unos resultados instantáneos, paso, y el dinero es algo que siempre sale por algún lado. Ejemplo: no me gasto 20 euros en una camiseta por puro remordimiento y luego hacienda me reclama (el año pasado) 869. Hay que joderse, directamente

Pero bueno, voy a tratar de conseguir mi objetivo. No sé si me irá bien. Solo espero no desfallecer por el camino jajaja.

También he de decir que siempre me encontrado bien con mi aspecto (no me va eso de pasar hambre para perder 2 kilos) y suficiente me mato a dar clases como para encima racanear 20 euros en algo que me gusta. Así es que, con ese planteamiento de vida que tengo no sé como acabara mi eminente odisea...