viernes, 4 de noviembre de 2011

Conformarse

Siempre he pensado que en esta vida solo existe un solo tipo de relación que va por unos cauces claramente prestablecidos y que, honestamente, responden más a una novela de Jane Austen que a un asentado siglo XXI (pero no es mi culpa pensar así. A pesar de haber pasado más de 100 años desde que las Bronte escribieron sus ñoñas novelas, la cultura anglosajona se empeña en meternos en las meninges, a través de sus peliculas, que la formula que ellas utilizaron y que siguen utilizando hasta la saciedad hasta las chicas "liberales" de sexo en nueva york es la única verdadera). Estos cauces, que como siempre, me lio, son: conocimiento, cortejo, enamoramiento, asentamiento. Aquí puede haber una variación que es "te mando a tomar por culo porque no te aguanto y vuelta a empezar", pero no queremos pensar en eso. Y como eso es "lo normal", cuando nos salimos de esa rueda nos sentimos desamparados, sentimos hasta frio, que estamos fuera del rebaño, que nuestra vida no tiene sentido y que lo único que necesitamos para ser felices es tener a nuestro lado a un hombre o mujer que nos quiera.
Pero la vida es larga y si nos circunscribimos a esos cauces, puede llegar a ser muuuuy aburrida. O no, claro, cada uno es feliz con lo que quiere. Y depende, claro está, de lo fuerte que te de con alguien. Esto es, que en la tercera fase, (enamoramiento) te de tan tan tan fuerte que la fase de asentamiento sea como una travesia tranquila y perpetua por las tranquilas aguas del mediterráneo. Y que todos los días te levantes feliz, dichos@, enamorad@, gracil, liger@, esponjos@,... ¿de verdad creeís que es así? ¿o nos conformamos?. Hete ahi la palabra clara: Conformarse. Y así estamos, que nos conformamos con lo que tenemos, que mientras él no sea hermano gemelo de BIn Laden, o ella de Lorena Bobbit, mientras tenga a alguien a quien besar antes de dormir o que me llame desde la oficina preguntandome donde están sus calzoncillos favoritos, que esta mañana no los ha encontrado, o que traiga pan después de salir de trabajar, pues estamos dichosos. Bueno, cada uno hace con su vida lo que quiere, claro que sí. Y cada uno elige cómo vivirla. Y por eso nos pasamos la vida reprimiendo instintos hacia personas que no son nuestra pareja, porque "esta mal, muy mal", porque (quién lo dice, quién que me lo como), "si quieres a alguien no tienes ojo para otras personas". Bueno, si tu lo dices... Y como la traición es lo peor que puedes hacer a alguien (y hablo con conocimiento de causa; yo he sido una mujer altamente traicionada) pues te sigues conformando. Si te va bien, genial, si no, pues te plantas con 60 tacos y un día te preguntas qué he hecho con mi vida que no era como me la habían contado, que quiero mi sexo en nueva york particular, mi mr big o al prota de los cuadernos de noah (qué daño ha hecho esa pelicula) y o eres fuerte y te resignas o acabas como una puta regadera. O, como la mayoría de los mortales, piensas, que podría ser peor... Por eso, ¡Viva el prozac!. (que así están las farmaceúticas, millonarias).

martes, 4 de octubre de 2011

qué hacer

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Es peor que lanzar una botella al mar...

jueves, 11 de agosto de 2011

Lead my way... nunca mejor dicho

Qué quiero ser de mayor

Quiero ser una artista en el Soho londinense?
Quiero tocar jazz en un club con cuatro mataos?
Quiero tener mi propia galeria de arte?
Quiero una casa en la playa, un chalet en monterozas, niños, perro, asistenta filipina y clases de equitación para los niños?
Quiero brunchs en una azotea newyorkina?
Quiero ser directora de mi propio negocio?
Quiero vivir en Berlín con un intelectual cincuenton pero de muy buen ver?
Quiero ser la mujer de un compositor maldito?
Quiero una vida de intelectualidad continua?
Quiero organizar cenas con camareros contratados?
Quiero levantarme a las tantas todos los días y que mi única ocupación sea pintarme las uñas?
Quiero tener un trabajo de 8 a 3 por 3.000 euros?

O simplemente no dejar de sentir la felicidad por saber que lo que yo sea sea porque he querido.
No hay mayor placer que decir.... he jugado mis cartas lo mejor que he podido.... y he ganado.

domingo, 22 de mayo de 2011

Ideología

Suelo desconfiar bastante de la gente para la que tener una ideología política, solo sirve para estar al servicio de sus propios intereses económicos. Porque por ideologías tuvimos una cruenta guerra en la que murió mucha gente (obvio, como en todas) y por ideología tenemos cuarenta años de retraso respecto a nuestros vecinos europeos. Tengo ideología y la que tengo la tengo de una manera muy honda, porque de siempre me ha molestado muchisimo que nos impongan cómo ser, cómo pensar y cómo ser. Como aquel padre que tiene bajo el yugo a sus hijos porque lo hace "por su bien" cuando es por el suyo propio, para tener a sus miedos controlados, no para que la vida de los suyos sea mejor. Y lo que ya me repatea los higadillos es que encima, esa gente que te intente imponer su punto de vista lo haga motivada por su religión, cuando mal entendida ha hecho mucho daño a la civilización a lo largo de siglos y siglos. Y lo sigue haciendo. Por eso tengo la ideología que tengo, la mía. Porque me gusta que la gente haga lo que quiera sin invadir la libertad de los demás, que sea feliz optando por su propia sexualidad, su religión, la forma de educar a sus hijos. Por eso estoy de acuerdo con que alguien muera de forma digna y no entre sufrimientos y dolores porque "así lo dice dios" (¿estáis seguros, ha bajado a contaroslo?) o porque una mujer, que no puede a su pesar (y no porque no le da la gana simplemente, como piensan muchos) llevar a cabo un embarazo, no lo haga. Por eso tengo la ideología que tengo. Porque no puedo soportar que se beneficie solo a unos pocos, que esos pocos piensen que van a ser unos privilegiados toda su vida y que por eso, ¿para que tener sanidad gratuita y educación gratuita, si siempre voy a tener sanitas y voy a llevar a mis hijos al orvalle?. A los demás, que les den. Porque no puedo soportar que lo único que quieren estos privilegiados es no cruzarse con un "moro" en la consulta del médico. Pero si ya vaís a un médico privado, que por otra parte, no tendría inconveniente en hacer una intervención a la niña que se ha quedado embarazada pero eso sí, luego me voy a misa el domingo a confersarme y listo, qué más os da que la gente que no se lo pueda permitir, tenga derecho a tener una sanidad pública de calidad. Qué más os da que a la gente le de igual cruzarse con un moro, dos veinte negros a caso. Qué os pensaís, que porque vosotros sois así, el resto también lo somos?. Pues, llevado bastante al extremo y sintiendolo mucho, es lo que tendremos en el futuro de mi comunidad. Y por eso tengo la ideología que tengo. Porque no puedo soportar la hipocresía, porque no puedo soportar que los comemierda (perdón pero es mi blog y estoy enfadada) que ganan 1.500 euros al mes, se crean LA RELECHE y se piensen que se les va a pegar algo de los que ganan 100 mil euros al año porque votan a los que votan. Porque piensan que por vivir en Las Rozas ya te da patente de corso para sentirte como ellos cuando, y llevo viviendo aquí y en Pozuelo, que es peor, más de 20 años, se que no lo lograréis jamás. No os vaís a parecer. La mayoría de la gente de mi comunidad, vota a quien vota, porque piensa que van a vivir mejor, van a optar a mejores trabajos que les permita optar a una sanidad privada para sentirse como los demás privilegiados. Y no se cruzarán con negros y moros nunca más en los pasillos. Si eso es tener ideología, me alegro de tener la mía.

jueves, 5 de mayo de 2011

Estas ahi?

He soltado el hilo y no sé cómo recuperarlo

lunes, 11 de abril de 2011

Traición

“Una traición empieza a ser una traición en el mismo momento en que piensas en traicionar a alguien...”

Había leído esa frase en el perfil de alguno de sus contactos en facebook, o quizá era la frase que alguno sus compañeros había elegido para definirse en la web tan corporativamente chachi de su empresa en la que se quería demostrar que "somos los mejores, los que mejor nos llevamos, aunque todo sea mentira y nos clavemos los cuchillos por la espalda a diario".

Pero esa frase, aunque no era ni mucho menos su intención, se había insertado en su cerebelo como una canción de las grecas o un ritmo bacaladero que hubiera escuchado sin querer en una radio fórmula. El caso es que la repetía como un mantra, esperando que surtiera efecto en sus meninges y despertara de ese coma en el que la palabra traición era algo vacío, carente de significado. "No por mucho que me repita esa frase me va a hacer reaccionar", pensaba.

Tal vez su mente no estaba hecha para el “felices para siempre”, para querer toda la vida a la misma persona, para tener hijos con esa persona y hacerse vieja a su lado. Porque también sabía que esa vida traía extras, y que no todo era una peli de Julia Roberts. Esto es, malas caras la mañana después, enfados tontos, despistes, olvidos, malas palabras... vamos, que sabía que al final vivir con alguien que habías elegido no distaba mucho de vivir con alguien como tu familia que te tocaba por obligación. Y no, no se creía las vidas maravillosas que algunas de sus amigas le contaban por ahí, porque sabía que los tios así no existían, y si existían por supuesto que no eran así al 100 por 100. Algo tendrían. Pero también esas mismas amigas le habían hablado de la lealtad, la fidelidad y lo maravilloso que estar con alguien a tu lado que te quiera a pesar de todo. Sin embargo por mucho que se lo contaran no sabía si estaba dispuesta a pagar un peaje tan caro solo por no estar sola cuando cumpliera los 40.

Por eso sabía que necesitaba un desahogo, necesitaba abrir una ventana, necesitaba liberarse, necesitaba quitarse la presión que la hacía contener el aliento cada mañana, hacer todas las mismas cosas todos los mismos días y volver por la noche a la cama con esa misma presión. Y sabiendo lo que necesitaba, sabiéndolo, no lo hacía. Porque sabía que podría vivir con esa misma presión a diario, que esa presión la llevaría por inercia a tener la misma vida todos los días y asi seguiría por los siglos de los siglos (amen). Ella pensaba que todo el mundo vivía igual que ella. Que sí, que vale, que parece que somos jodidamente felices, que nuestros novios nos adoran, pero no señoras, se decía, no nos engañemos, la vida no es así. Simplemente te dejas llevar, sí le quieres pero poco más, pero no caminas por encima de la tierra a diario. Y nos engañamos porque no nos queda otra y porque es mejor vivir en compañía que estar solo. O no.
Pero una cosa, pensaba, eran los convencionalismos, ir a comer a casa de los padres los fines de semana y otra cosa los instintos. Queramos o no, se decía, hay partículas químicas en el ambiente a las que no podemos escapar y si escapamos, por pura convención, porque es lo que toca, acabaremos locos. Y así había muchos, pensaba ella. Que por no hacer caso a sus instintos más primarios estaban como putas regaderas. O como ella. Presionada y conviviendo con esa presión.
No estaba hablando por supuesto que no, de que el personal tuviera que acostarse con lo primero que viera y le gustara, no por supuesto que no, pero sí hacer caso de la química que había entre dos personas, y que tan agradable es. Las endorfinas nos hacen sentirnos más libres, más felices, y la oxitocina casi nos hace descubrir el sentido de la vida. Como no creía en dios y menos en julia roberts necesitaba de esas explicaciones para darle sentido a lo que estaba sintiendo (valga la redundancia). Y sabia que como le volviera a ver, caería.

Sexo y amor, amor y sexo, por qué siempre tenían que estar tan indisolublemente unidas. Podía haber sexo solo sexo, buen sexo. Y no pasaba nada. Siempre se preguntó por qué las de su género estaban siempre tan pendientes de que un tío con el que tuvieran sexo tuviera que convertirlas en su novia, en el centro de su existencia, solo por un polvo, o dos, solo por algo que podían vivir con cualquiera. La pregunta tenía mucho que ver con que por mucho que nos liberemos, pensaba, había mucha tía por ahí suelta que aun necesitaba a alguien que le arreglara el enchufe de la cocina, la invitara a cenar o la llevara en coche a casa. Así se sentirían estables, su vida tendía sentido, su existencia tendría una misión!.

Pero, como comprobaría pocas semanas después, por supuesto que se puede tener solo sexo. Y a veces se necesita liberar el instinto aunque solo sea una vez por semana para que la presión no te termine matando. Y descubrió que era mucho más feliz, que su vida era mucho más intensa, que la relación con su novio tenía otro matiz. Y que se sentía como aquellos reyes que necesitaban de su cortesana para que luego su mujer, la oficial se sintiera más contenta. Y que ella no era una perra por ello. O sí. Por eso no lo contaba.

Por eso, porque sabía que se gustaban, ella se lo había dejado claro. Clarisimo. Me gustas mucho. Me quiero acostar contigo. No soy ninguna guarra por eso. Él contestó que no que por supuesto que no lo había pensado. Ella le dijo que le necesitaba, que no sabía por qué pero así era. Que no es que fuera un instinto animal (recientemente oyó en un documental que precisamente los animales solo copulan por el instinto reproductor y no por puro placer como los humanos) pero que la atracción que sentía por él era tan fuerte que no se podía resistir.

Y como el que va a tenis, pilates o yoga los viernes por la tarde, ella quedaba con él. Hablaban o no, y estaban juntos un par de horas. Y por lo menos dejó de sentir esa presión. Y como no, tampoco sentía traición. Por mucho que esa frase la acompañara como una melodía machacona.

domingo, 13 de marzo de 2011

El ascensor

No sabía muy bien por qué pero le gustaba. Aunque no podía ni tan siquiera imaginarse un mayor acercamiento a él que el que en ese momento mantenían, le gustaba. Cuando viajaba en autobus, esa dichosa distancia que separaba su lugar de trabajo de su casa, le gustaba recrearse en él pero no podía, no sabía ni tan siquiera amueblar en su cabeza una historia coherente que le hiciera fantasear con él. No podía ni siquiera fantasear con él. Hay que joderse, pensaba para sí. Ni tan siquiera puedo pensar en él como me gustaría. Y todo era porque sí, solo se veían en el ascensor. Y en esa maldita torre de oficinas del lugar más pijo de Madrid, fijarse en ella era como fijarse en una diminuta hormiga en el Desierto del Sahara: Algo imposible.

Tanta enmancipación de la mujer para que me toque a mi trabajar con las barbis ejecutivas, pensaba. Todas con sus trajes de chanel, su perfume de chanel, coño que
casi podías oler sus feromonas y sentir el liguero bajo sus pantalones de marca. Ella bastante tenía con llegar, cumplir con su trabajo y contar los segundos que la separaban de esa torre acristalada de las calles de Madrid y salir a oler ese aire que la hacía casi llorar de alegría cuando bajaba velazquez, giraba por goya y bajaba por serrano hasta la plaza de la independencia. Era el aire de la libertad.

Por eso no le importaba no gastarse su sueldo en trajecitos de marca ni en perfumes inncesariamente caros, ni en peluquerías exclusivas. Es más, le gustaba ir con sus vestidos guarrindongos comprados en los chinos de Moncloa, sus manoletinas planas, planísimas, y su pelo cortado por ella misma cuando se enfadaba porque el flequillo le quedaba largo. Le gustaba cómo era, le gustaba no parecerse a sus queridas barbi compañeras, y le gustaba lo que había tras ese edificio. Le gustaba tener vida fuera de él y la vida que tenía fuera de él. Tenía amigos, un novio, aficiones y llegaba a fin de mes. Y el trabajo le gustaba lo justo como para no sucumbir durante las 8 horas que alli pasaba al desanimo, a la tentación de abrirse las venas, o de estar continuamente pensando que podía ganar cuatro veces más, (sí era triste pero era así, y lo es aunque no queramos reconocerlo), se liaba con algun jefazo que supiera descubrir su talento a golpe de retozamiento bajo las sábanas de una habitación de algun lujoso hotel (que por alli abundaban).

Pero él le gustaba. Y lo que más le gustaba es que sabía desde el minuto 0, que a pesar de no ser una de ellas y lo que es más, no importarle lo más minimo, ella le gustaba a él. Algo insólito. Pero era así. No estaba completamente segura, pero lo que más le gustaba era pensar que así era, que ella le gustaba. Y todo porque el primer día que le vio, ella iba hablando por el móvil con su mejor amiga y mantenian una interesante conversación sobre una tercera a la que había dejado el novio. La conversación era jugosa, y medio ascensor pegaba el oido para ver cómo terminaba el culebron. Y ella, por mucho que trataba que no se la oyera, sabía que era imposible, y tan enfrascada estaba en la diatriba sobre si fulanita hizo bien en tirarle la ropa por la ventana cuando él fue a buscarla, que en el fondo le daba igual que las barbi puti pijas la oyeran. Por eso, cuando colgó, y fue a dejar su movil en el bolso, alzó su mirada y le vió. Y vió que él la miraba a ella. Y lo que más, más le gustó, fue que nunca había sentido cómo el calor le subía a las sienes y le recorría un escalofrio por el corazón. Todo esto en cuestion de segundos. Y todo fue por su sonrisa de medio lado. Algo que duró un suspiro y a lo que ella dejo de prestar atención al nanosegundo de producirse. Simplemente salió y no le vio más en ese día.

A partir de ese momento, reparó en él. No era guapo, si no atractivo, que era muchisimo mejor. Cuarenta y tantos, poco pelo pero alto y pensaba que si algun científico hiciera una medición de feromonas en el ambiente las podría recoger en un frasco y patentarlas como el más potente afrodisiaco, de tantas como ella percibia en ese cubiculo de 5 metros cuadrados. Y así, la emoción de verlo iba in crescendo y, aunque agunos días iba tan pillada de tiempo que ni siquiera tenía tiempo de reparar en él, otros días le buscaba con la mirada... y si no le veía se contrariaba.

Era una especie de juego. Ella cogía ese ascensor, y no otro, porque las vistas cuando subia los 33 pisos que la separaban de su minisuplicio diario que ella se había tomado con resignación, eran inmejorables. Pero en esa torre parecía que a la gente eso le daba igual porque siempre cogían el que primero llegaba. Ella no. Siempre llegaba a las nueve menos cinco para poder esperar a ese ascensor, no le importaba si paraba en todas las plantas, porque era su minirespiro antes de alinearse en su puesto de trabajo hasta el momento de salir de nuevo a la calle. Y se dio cuenta de que a él le pasaba igual. No sabría con certeza discernir durante cuánto tiempo él hacía lo mismo antes del episodio del móvil, pero desde ese día se dio cuenta (aunque no era algo que pensara a diario, dependia de lo que tuviera en la cabeza) de que él hacía lo mismo. Y se puso a pensar, tonta de ella, que el único motivo por el que él cogia ese ascensor era porque ella también lo cogía. Pero al segundo pensaba que era ridiculo y cambiaba ese pensamiento por el de "lo cogerá por el mismo motivo que yo, tiene unas vistas inmejorables". Y así día tras día, hasta que se dio cuenta de que se levantaba con otro ánimo por las mañanas porque verle, aunque fueran unos pocos minutos, era la primera mejor cosa que le iba a pasar en todo el día, y a veces la única.

No es que no quisiera saber nada más de él. Otra en su lugar, se hubiera puesto a especular a los pocos días, dónde se baja, dónde trabaja, estará casado, será gay, será un jefazo. Ella no. Simplemente le gustaba verle. No hacía nada ni tan siquiera para acercarse. Simplemente le gustaba ver que él pasaba siempre detras de ella y que ella, arrinconada contra la pared acristalada podía verle sin ser vista. Comprobar que iba siempre perfectamente afeitado, recien duchado, que casi se podía sentir el jabón de ducha en su piel, su colonia, fresca, casi infantil, un olor que estaba segura, desaparecería a las pocas horas. Pero empezó a fijarse en que se bajaba en el piso 23. Y que en ese piso solo había consultoras económicas. Y que sí, se veían por la mañana pero nunca por la tarde. Y empezó sin casi darse cuenta, a bajar a la hora de comer. Cosa que nunca hacía porque había siempre tanto trabajo que comía pegada a su pantalla de ordenador y también porque sabía que, si bajaba y contemplaba los palacetes que la rodeaban, se le iban a quitar las ganas de volver a subir. Sabía que podía pasar que no volvería jamas alli, y era algo que no se podía permitir. No mientras tuviera que pagar una hipoteca a medias con su novio.

Bajaba a comer, pese a la tentación de darse media vuelta e irse a su casa dando un paseo por sus calles favoritas y no volver jamás, porque verle tan solo unos pocos minutos se había convertido en cosa de poco, poquisimo. Y como el que prueba algo que le gusta y no puede solo comer un poco, ella se estaba dando cuenta de que necesitaba un poquito más. No todo él entero pero sí un poquito más de él. No quería besarle, ni arrancarle la ropa como en las pelis malas, porque sabía, en su maldita racionalidad de atea convencida, que los sueños sueños son, si no simplemente verle un ratitin más. Solo eso. Y por eso empezó a bajar sistematicamente a la hora de comer. Hacía bueno y había un parque donde iban a parar los becarios, diseñadores graficos y administrativos, nunca las barbi ejecutivas, no por dios, y ella empezó a llevarse sandwiches y a sentarse en un banco con su periodico. Un banco justo enfrente de la puerta de entrada de la torre de batman como ella le gustaba llamar a su edificio. No hubiera sabido qué hacer si le veía. No quería parecer que estaba buscandole, aunque por otro lado pensaba que no estaba haciendo nada fuera de lo normal y que él estaría tan ensimismado en su vida, que ni se fijaría en ella. Pero nada. No le vio fuera de esos pocos minutos por la mañana.

Y así transcurría su vida, tan solo unos pocos meses que a ella se le antojaban rapidos, rapidisimos, porque, como confesaría tiempo después, la vida hasta las 9 y cinco de la mañana tenía otro sentido. Los atascos eran menos atascos, como diría la letra de una canción cursi. Pero era así.

Hasta que un día subieron solos. Inexplicablemente nunca había pasado pero pasó. Sería porque ya era julio y empezaban a emigrar los primeros oficinistas, a destinos tan dispares como Caños de Meca, Pekin o Punta Cana, dependiendo de sus posibilidades. Pero mantenían la misma jerarquía que cuando el ascensor iba lleno. Ella arrinconada contra el muro acristalado, él de cara a la puerta. Solo que ella, día tras día, se había ido acercando un poco más, de forma sutil, y seguía mirandole la nuca, el perfil, aspirando su olor, aun más sabiendo que nadie la miraba y estando muchas veces segura que él ni había reparado en su presencia. Ni siquiera decían buenos días, ni hasta luego. Pero pasó algo insólito. Empezaron a dejar pasar ese ascensor hasta cerciorarse de que iban los dos solos. Al principio coincidió que no subía nadie en ese cálido mes pero un día ocurrió que, cuando se iban a cerrar las puertas, una barbi en tirantes y moreno uva, subio tras ellos, y ella se sintió como si se deshiciera por la exposición al calor que a esa hora ya había en el sólido pavimento madrileño. Y al día siguiente, vio que él no estaba, y dejó pasar ese ascensor, para, al menos, cogerlo sola, cuando él llego y subió con ella y ella se puso tan contenta como si le hubiera tocado la lotería. Y al día siguiente vio cómo él esperaba, al igual que ella, a que nadie más se subiera al ascensor que solo ellos dos cogían.

Esa fue la clara señal de que él también se había dado cuenta de que era un poquito más feliz hasta las 9 y cinco, de que se había fijado en esa chica porque era como ver un trocito de rojo entre tanto gris, de que ella era como un soplo de aire fresco ante tanto perfume recargado, tanto liguero bajo los pantalones. De que ella estaba viva, viva, y que le encantaba fijarse en su felicidad, le gustaba ver cómo iba todavía con el pelo humedo a medio peinar. Le encantaba ver que siempre iba con ochenta bolsas colgadas en ambos brazos. De que a ella no le importaba aparentar nada que no era. Le encantaba darse cuenta de que seguramente era la persona más feliz del edificio, aun ganando mucho menos que las que se supone que lo eran. Y todo porque, aunque ella no quisiera darse cuenta, él ya se había fijado mucho antes en ella. Fue bastante antes del episodio del móvil. Fue el día que vio por primera vez en ese edificio a alguien con legañas en los ojos y cara de cansada, pero feliz. Y no supo cómo, pero se dio cuenta de que quería subir con esa chica en el ascensor hasta que sus días en esa torre acristalada acabaran. Y que también tenía inseguridades. Que él, que tenía a la barbi que quisiera, no se atrevía ni tan siquiera a hablar con esa chica por miedo a que ella pensara que era un gris como todos los que se subían ese ascensor. A que ella le dijera que está bien que tengan vidas separadas, él con sus barbies, ella aspirando solo a verle unos pocos minutos al día. Y así subieron peldaños en esa extraña relación, cogiendo ellos dos solos el ascensor hasta que se fueron de vacaciones y él no dejo de pensar ni un solo día en la chica del ascensor, ni ella en él. Y que a ambos les recorriera un calorcillo sumamente agradable cuando se acordaban uno del otro. Y que cuando llegó septiembre hicieron lo mismo, esperar dos, tres ascensores para subir solos. Y que, cuando un día ella no pudo más y tras él haberle rozado la mano con el dedo meñique el día anterior, le dijera, "chico, que esto no es un anuncio de colonias", él no pudiera resistirlo más, se pasara del piso 23, del 33 y del 43 y se quedara mirandola y rozara su cara para decirle. Sabía que ibas a ser maravillosa.

martes, 1 de febrero de 2011

Yo yo misma y mis planes

Planifico mi vida al minuto. Sé lo que voy a hacer de aqui a un par de semanas; si no, me ahogo. No me gustan las sorpresas, ni que nadie se presente a una cita con alguien a quien no conozco, o que alguien con quien he quedado y con quien sé lo que voy a hacer me cambie los planes. Supongo que es porque hacer planes me hace sentir que tengo vida para hacerlos, que es una forma de controlar mi vida, cuando, sinceramente, no hay forma de controlarla. De siempre (es un secreto y algo que me acompañará mientras viva) tengo la oscura sensación de que no llegaré a hacer todos mis planes a medio plazo. Siento que voy girando en circulo, hasta que este se haga más estrecho y ya no pueda caminar más. No hay forma de salir de él. Por eso, saber que puedo hacer planes a corto plazo, me consuela. Me consuela porque sé que algo ocurrirá que me impedirá hacerlos a medio o largo plazo. No suelo tener mucha intuición en mi vida y no lo puedo afirmar con total rotundidad (pensé que mi jefa jamás me haría un contrato fijo y que mi novio me dejaría por otra al mes de conocernos) pero ahí sigo.
Sin embargo, a día de hoy sé que me quedaré en esta etapa de mi vida y que no evolucionaré más. Que no lograré pasar de pantalla. Y mientras, como lo único que me queda es estar en esta pantalla hasta que ya no pueda seguir caminando, al menos, intento controlar mi vida en esta pantalla. Y hago planes. Sé que algo ocurrirá que definitivamente me haga desistir de pasar de pantalla. Lo sé. O tal vez sea que me de miedo pasarla. Pero pasar a otro estadio solo es un segundo, luego, tendría otros, benditos problemas. ¿No os ha pasado que no os veís haciendo algo? Que, simplemente, no os podéis imaginar en esa situación?. Eso me pasa a mi. Que por mucho que quiera planificar a medio o largo plazo no puedo. Porque algo habrá que me impida cumplirlo. Yo misma quiza?. Los demás? Algo externo?. Whatever will be will be. Simplemente siento cómo el circulo se va estrechando y o salto de él o me estrecho con él (ojala pueda saltar ....)

domingo, 9 de enero de 2011

Crisis consumismo crisis

Soy periodista pero ante todo soy consumidora de información. Y como alguien con dos dedos de frente que soy, y porque conozco las teorías de la comunicación tipo agenda setting, sé que oir hablar en los medios de la crisis todos los santos días desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, no es más que una estrategia más.
Vale que hay crisis. Sí, la hay, seguro. Pero ¿hace falta que nos lo repitan toooooooooodos los días a todas horas desde los mass media?.. ¿no responde eso a una estrategia?. Estrategia para qué, o por qué.
Si yo me levantara y oyera crisis y al mismo tiempo viera el metro vacío, las calles vacías, las tiendas vacías, diría, si, vale, hay crisis. Pero al mismo tiempo, veo, como no he visto en mi vida, colapsada la entrada para las Rozas Village que hasta guardía de tráfico han tenido que poner, y esto más de tres fines de semana seguidos. Me siento defraudada, porque quiero la crisis que me prometen desde la radio, desde la tele, desde el País.
Mi teoría, como la de una periodista cultural, nada que ver con la economía, es que sí, por supuesto que hay crisis pero al mismo tiempo algo pasa que el consumismo no cesa, y no solo no cesa si no que va in crecendo. Entonces, cuál es el motivo de esta contradicción. ¿Que unos pocos se reparten el dinero de muchos? ¿Que hay una economía sumergida que no se la salta un gitano? (para mi, la más razonable) o que se necesita hablar de la crisis, que sí que es tal pero no taaaaaaaanto como dicen, por otros motivos?.
Admitamoslo. La gente cree lo que le dicen desde los medios de comunicación. Y no sabe nada más que lo que sale en la tele en la mayoría de los casos, o en la radio o en internet o en los diarios en papel. Y si todo el rato te estan diciendo que te estas muriendo, si tu no sientes que no te mueres por no te mueres. Y eso es lo que le pasa a la gente, que a ellos les dirán que hay crisis pero si tienen 200 euros en el bolsillo y ganas de gastarselos, qué mas les da. Total, mientras tengan para comer mañana (o para ir a las Rozas Village)
Por eso, esta no es la verdadera crisis. La verdadera crisis vendrá cuando los que se han gastado el dinero que no tienen despierten y se den cuenta de que realmente ha venido el lobo. O cuando el Gobierno investigue las cantidades ingentes de dinero negro que se mueve en este país. Y entonces podrán resolver la crisis. A lo mejor, entonces, no nos conviene que se resuelva. Porque si esta crisis permite a los curritos que ganan mil euros, gastarse 200 en un bolso de carolina herrera para la novia.... bendita crisis
Nota: Conversación hoy en el Supercor de al lado de mi casa. Vecina1 a vecina2: Hola qué tal. Vecina2: Muy bien, vengo de los caballos (venir de los caballos es traer a los niños vestiditos de alvarosmuñozescasi en miniatura de montar a caballo y yo digo para quéeeeeee. Vecina1: Muy bien, yo hoy viene mi nueva chica (asistenta), a ver si es mejor que la anterior. Vecina2: Ya me contarás. (nota, vecina2, paga delante de mi dos bolsas de patatas fritas y una barra de pan, esto es 2,35 euros con la tarjeta del c. inglés; ni a mi se me ocurriría).
Eso es la crisis