viernes, 27 de marzo de 2009

Einaudi

Todo es cuestión de equilibrio

Me gusta la vida ordenada. Que todas las partes que la conforman fluyan y no haya escollos. Supongo que eso es lo que querrá la mayoría de la gente, aunque no lo tengo tan claro. Hay gente más aventurera, que no concibe el dia sin que le pase algo interesante, estresante, excitante. Yo, debo tener menos espiritu aventurero que Casimiro que se iba a la cama a las 8, porque a mi lo que me estresa son los cambios. Bueno, más que eso, me estresa cómo van a salir esos cambios.
A día de hoy creo que tengo equilibrio. Me falta irme de mi casa y eso me estresa pero creo que se terminará solucionando. Todo se termina solucionando como leí en no se qué libro sobre mujeres treinteañeras.
¿Lo que tengo es lo que soy?. Seguramente. Me gusta lo que hago estoy con quien quiero en este momento y creo que no debe preocuparme nada más. Entonces, ¿por qué a pesar de mi espiritu tipo marmolillo todos los días me levanto pensando que sería más feliz de otra manera?.
Como lei en otro libro "no es bueno obsesionarse con lo que se desea demasiado". Por esta regla de tres yo debería dejar de pensar en lo que quiero a toda costa y lo conseguiré. Ja. Como si eso fuera tan fácil. Y digo yo, cuando lo consiga ¿seré feliz?. O estoy siendo feliz ahora. Nunca lo sabré.

sábado, 21 de marzo de 2009

Aire fresco

Por qué, por qué, se preguntaba. Por qué cuando pensaba en él le gustaba, le subia una especie de electricidad que iba desde los pies a la cabeza. Era química pura. Su mundo se paralizaba. No sabía describirlo. Sólo le gustaba, pero no sabía por qué. Por qué las cosas no podían ser tan fáciles. Por qué simplemente no le mandaba un sms donde le pusiera "dentro de una hora voy a tu casa, dime donde vives". Sabía que si lo hacía él no tardaría ni medio segundo en responderle. Vivo en tal calle. Ven. Pero qué era lo que la agarrotaba la mente, el cuerpo, qué es lo que le paralizaba.
Recordaba el último día en que no estuvo angustiada. Recordaba exactamente el último día en que fue feliz. Todos los días contaba un día más desde el último día en que pensó que la vida podía ser otra cosa. Y otro día que sabía que, por mucho que se esforzara, por mucho que pusiera buena cara y fuera optimista, no volvería a serlo. Jamás. Simplemente se dejaba caer, día tras día. Se levantaba a las 8, su despertador sonaba a intervalos de 10 minutos y eso le servía para organizarse. De 8 a 8 y 10 me ducho, de 8 y 10 a 8 y 20 me visto y hago la cama. A las 8 y 20 voy a desayunar a la cocina. A las 8 y media salgo de casa. Y así, día, tras día, tras día.
Reuniones, discusiones tontas, trabajo trabajo. Comida, paseo después de salir de trabajar, tal vez compras en el zara de al lado de la ofi, una tienda que se sabía de memoria. Inglés los martes, taichi los jueves. Salida los sábados. Con otro que no era él. Pero para qué, se decía. Para qué, para qué, de qué me servirá mandarle un sms, qué irá después, qué pasará.
Nada. Por ninguna de las dos partes. Es mejor arrepentirse de lo que has hecho de lo que no has hecho. Mentira. Nunca se sabe. Lo que sí que se sabe es si no haces nada.
Le había visto en la calle. Él la había mirado. Ella también. No eran desconocidos. Tampoco conocidos. Qué eran. No sabía lo que el sentía. Seguramente la creería una niñata. Una inexperta. Eso la ayudaba. La ayudaba para no hacer nada. No hacía nada. Y se sorprendía pensando ¿tal vez si voy a su casa se me quitan todos los males?, quizá. Quizá sí. Se sentía como si solo tuviera para vivir un resquicio de aire que conseguía abriendo un poquito la ventana. Y que ahora no sabía si tenía los medios para abrir la ventana del todo y respirar, respirar, permitir que el aire entrara por los pulmones. Se había conformado con ese poquito de aire. Aunque sabía lo que era respirar plenamente. Hacía tres años ya que no lo experimentaba, pero lo sabía. Lo que no quería es que la ventana se volviera a cerrar. No podría vivir otra vez con un poquito de aire sabiendo lo que era sentir todo el aire en la cara. ¿Prefería vivir asi?. ¿Cuándo se abriría la ventana?

martes, 10 de marzo de 2009

El síndrome de Stendal

A lo largo de mi vida he podido darme cuenta de algo tan perogrullesco como que a cada uno de nosotros nos motiva algo diferente. Es obvio, pero muchos no entienden que sus gustos no sean compartidos. Así, como hay muchos que sueñan durante toda la semana para ver un partido de fútbol el sábado o el domingo, yo sueño con pirarme al Teatro Arriaga o a la Maestranza, o al Palau para ver una ópera u oír dirigir a Pedro Halffter por poner un ejemplo.
Cada uno sabe lo que le motiva desde su más tierna infancia. Cada uno sabe desde bien temprano qué es lo que le hace tener ese calorcillo en el estómago. A unos les pasó nada más escuchar una canción de Michael Jackson o al ver un cuadro del Greco, o al ver a Raúl marcar un gol. A mi me pasó cuando descubrí que la música son notas, y a partir de ahí empecé a cantar las canciones sólo con las notas con las que habían sido compuestas, o cuando vi muchacha en la ventana de Dali allá por el 96 o al escuchar a un compositor del que yo no tenía noción alguna, Rachmaninov. O al emocionarme cuándo vi un Janacek en el Teatro Real (El destino), o al ver las vistas que se alzaban desde el Sagrado Corazón en París o al leer a Wen Hui o a Margarite Duras, o a la gran Almudena Grandes (me tiré mis buenos 10 minutos llorando cuando acabe El Corazón helado y eso que yo no suelo llorar nunca). O viendo a Kate Winslet afirmar con rotundidad que cumplía con su deber de carcelera de Austwich cuando dejó morir abrasadas a centenares de mujeres, en la peli El lector. Lo sabes. Es como cuando estas enamorado. Eso, se sabe.
Dije que nunca me fiaría de nadie a quien no le gustan los perros o que no toma café por las mañanas a no ser que lo tenga prohibido. Añado una: Nunca te fíes de nadie al que no se le mueve algo dentro por algo fuera de lo común.
¿Por qué escribo hoy este post?. Porque ese calorcillo en el estómago me ha asaltado de nuevo hoy con un compositor totalmente desconocido para mi: Ludovico Einaudi. Y me gusta pensar que viviré más momentos de este tipo. Que los viviré cuando huela un perfume desconocido por la calle, o me lo pase bien con un libro, o al oír una canción en la radio, o al ver un cuadro (Arika, mi último gran descubrimiento) y que por eso, dejaré que el Sindrome de Stendal entre en mi alma y mi mente y no se vaya jamás. Y por eso, me emocionaré cuando la orquesta deje de tocar, o los actores se cojan las manos sobre el escenario e hiparé como una boba (algo que jamás volveré a confesar). Por eso admiraré tantísimo a gente cuyo trabajo es hacer pasar un buen rato a la gente. Por eso, gracias a los creadores de arte me daré cuenta de que además de estar viva, a ratos, puedo permitirme un poquito de felicidad. Los que no sientan esto jamás a lo largo de su vida, no saben que están viviéndola al 50 por ciento y que es maravilloso vivirla al 100 por 100 aunque sea por un minuto.