sábado, 21 de marzo de 2009

Aire fresco

Por qué, por qué, se preguntaba. Por qué cuando pensaba en él le gustaba, le subia una especie de electricidad que iba desde los pies a la cabeza. Era química pura. Su mundo se paralizaba. No sabía describirlo. Sólo le gustaba, pero no sabía por qué. Por qué las cosas no podían ser tan fáciles. Por qué simplemente no le mandaba un sms donde le pusiera "dentro de una hora voy a tu casa, dime donde vives". Sabía que si lo hacía él no tardaría ni medio segundo en responderle. Vivo en tal calle. Ven. Pero qué era lo que la agarrotaba la mente, el cuerpo, qué es lo que le paralizaba.
Recordaba el último día en que no estuvo angustiada. Recordaba exactamente el último día en que fue feliz. Todos los días contaba un día más desde el último día en que pensó que la vida podía ser otra cosa. Y otro día que sabía que, por mucho que se esforzara, por mucho que pusiera buena cara y fuera optimista, no volvería a serlo. Jamás. Simplemente se dejaba caer, día tras día. Se levantaba a las 8, su despertador sonaba a intervalos de 10 minutos y eso le servía para organizarse. De 8 a 8 y 10 me ducho, de 8 y 10 a 8 y 20 me visto y hago la cama. A las 8 y 20 voy a desayunar a la cocina. A las 8 y media salgo de casa. Y así, día, tras día, tras día.
Reuniones, discusiones tontas, trabajo trabajo. Comida, paseo después de salir de trabajar, tal vez compras en el zara de al lado de la ofi, una tienda que se sabía de memoria. Inglés los martes, taichi los jueves. Salida los sábados. Con otro que no era él. Pero para qué, se decía. Para qué, para qué, de qué me servirá mandarle un sms, qué irá después, qué pasará.
Nada. Por ninguna de las dos partes. Es mejor arrepentirse de lo que has hecho de lo que no has hecho. Mentira. Nunca se sabe. Lo que sí que se sabe es si no haces nada.
Le había visto en la calle. Él la había mirado. Ella también. No eran desconocidos. Tampoco conocidos. Qué eran. No sabía lo que el sentía. Seguramente la creería una niñata. Una inexperta. Eso la ayudaba. La ayudaba para no hacer nada. No hacía nada. Y se sorprendía pensando ¿tal vez si voy a su casa se me quitan todos los males?, quizá. Quizá sí. Se sentía como si solo tuviera para vivir un resquicio de aire que conseguía abriendo un poquito la ventana. Y que ahora no sabía si tenía los medios para abrir la ventana del todo y respirar, respirar, permitir que el aire entrara por los pulmones. Se había conformado con ese poquito de aire. Aunque sabía lo que era respirar plenamente. Hacía tres años ya que no lo experimentaba, pero lo sabía. Lo que no quería es que la ventana se volviera a cerrar. No podría vivir otra vez con un poquito de aire sabiendo lo que era sentir todo el aire en la cara. ¿Prefería vivir asi?. ¿Cuándo se abriría la ventana?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta...