martes, 10 de marzo de 2009

El síndrome de Stendal

A lo largo de mi vida he podido darme cuenta de algo tan perogrullesco como que a cada uno de nosotros nos motiva algo diferente. Es obvio, pero muchos no entienden que sus gustos no sean compartidos. Así, como hay muchos que sueñan durante toda la semana para ver un partido de fútbol el sábado o el domingo, yo sueño con pirarme al Teatro Arriaga o a la Maestranza, o al Palau para ver una ópera u oír dirigir a Pedro Halffter por poner un ejemplo.
Cada uno sabe lo que le motiva desde su más tierna infancia. Cada uno sabe desde bien temprano qué es lo que le hace tener ese calorcillo en el estómago. A unos les pasó nada más escuchar una canción de Michael Jackson o al ver un cuadro del Greco, o al ver a Raúl marcar un gol. A mi me pasó cuando descubrí que la música son notas, y a partir de ahí empecé a cantar las canciones sólo con las notas con las que habían sido compuestas, o cuando vi muchacha en la ventana de Dali allá por el 96 o al escuchar a un compositor del que yo no tenía noción alguna, Rachmaninov. O al emocionarme cuándo vi un Janacek en el Teatro Real (El destino), o al ver las vistas que se alzaban desde el Sagrado Corazón en París o al leer a Wen Hui o a Margarite Duras, o a la gran Almudena Grandes (me tiré mis buenos 10 minutos llorando cuando acabe El Corazón helado y eso que yo no suelo llorar nunca). O viendo a Kate Winslet afirmar con rotundidad que cumplía con su deber de carcelera de Austwich cuando dejó morir abrasadas a centenares de mujeres, en la peli El lector. Lo sabes. Es como cuando estas enamorado. Eso, se sabe.
Dije que nunca me fiaría de nadie a quien no le gustan los perros o que no toma café por las mañanas a no ser que lo tenga prohibido. Añado una: Nunca te fíes de nadie al que no se le mueve algo dentro por algo fuera de lo común.
¿Por qué escribo hoy este post?. Porque ese calorcillo en el estómago me ha asaltado de nuevo hoy con un compositor totalmente desconocido para mi: Ludovico Einaudi. Y me gusta pensar que viviré más momentos de este tipo. Que los viviré cuando huela un perfume desconocido por la calle, o me lo pase bien con un libro, o al oír una canción en la radio, o al ver un cuadro (Arika, mi último gran descubrimiento) y que por eso, dejaré que el Sindrome de Stendal entre en mi alma y mi mente y no se vaya jamás. Y por eso, me emocionaré cuando la orquesta deje de tocar, o los actores se cojan las manos sobre el escenario e hiparé como una boba (algo que jamás volveré a confesar). Por eso admiraré tantísimo a gente cuyo trabajo es hacer pasar un buen rato a la gente. Por eso, gracias a los creadores de arte me daré cuenta de que además de estar viva, a ratos, puedo permitirme un poquito de felicidad. Los que no sientan esto jamás a lo largo de su vida, no saben que están viviéndola al 50 por ciento y que es maravilloso vivirla al 100 por 100 aunque sea por un minuto.

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